sábado, 17 de junio de 2017

Los inventores de enfermedades y los adalides de la pureza científica


El diario colombiano El Tiempo publica un extenso reportaje de Carlos Francisco Fernández, asesor médico al que conocí hace unos años en aquel periódico: ¿Existen enfermedades que se inventan para vender más fármacos? Nos cuenta que todas las funciones humanas se han “medicalizado” de tal modo que condiciones que eran normales en la existencia humana han dejado de serlo, para convertirse en dolencias que exigen ser tratadas.
Cita Fernández varios ejemplos que ponemos algunos autores entre los que nombra al biólogo alemán Jörg Blech, autor del libro Los inventores de enfermedades, a Ray Moyniham, con quien coincidí en mi etapa de colaborador del British Medical Journal o a mí mismo. Sostiene el autor que coincidimos “en un listado que podría presentarse como el cuadro de ‘honor’ de los males inventados”:

alimentación salud obesidad enfermedades 

Menopausia y andropausia: Durante siglos, hombres y mujeres han presentado alteraciones hormonales con la edad, que fueron enfrentados con cambios de hábitos y adaptaciones cotidianas. Ahora se exageran los síntomas y se ha creado la necesidad de combatirlos con medicamentos.
Disfunción eréctil: Con el tiempo, los hombres presentan variación en su respuesta sexual. Hoy esta condición se clasifica como una enfermedad padecida por la mitad de los hombres mayores de 50.
Déficit de atención: El niño distraído o perezoso de hace unos años hoy se rotula como enfermo. Sólo en EE.UU., casi 12 millones de pequeños reciben drogas que mejoran su atención pero pueden afectar su capacidad cognitiva.
Trastorno de ansiedad social: La timidez hoy requiere medicamentos y no adaptación de la personalidad.
Osteoporosis: La pérdida de masa de los huesos es un efecto natural de la vejez. Pero se convirtió en una de las mayores epidemias de la humanidad y el temor a ella induce a buscar tratamientos.
Colesterol elevado: El colesterol es una grasa tan vital que el cuerpo produce el 80 % del total que contiene. Sin embargo, se difundió el mito de que entre más bajo esté más años se vive, lo que ha llevado a que millones que personas tomen medicamentos de manera permanente para controlar su nivel.
Alopecia androgénica: La cantidad de pelo en los hombres, que está determinada por la herencia, se elevó a la condición de afectación tratable.
Síndrome posvacacional: La pereza después del ocio hoy tiene nombre específico y ofertas de intervenciones farmacológicas.
Duelo: Los normales cambios de ánimo producidos por el dolor de una pérdida se modulan ahora con psicofármacos.
Colon irritable: En lugar de autocontrol y cambio de hábitos, los efectos emocionales de tipo autónomo sobre el intestino se tratan ahora con drogas.

Menopausia, Brisdelle, paroxetina, hormonal

En el reportaje se relaciona el fenómeno de la creación de enfermedades con
una industria que es capaz de hacerle creer a la gente que está enferma pero que además le debe pagar para mejorarse y agradecerle por eso”, como argumenta uno de los entrevistados.

El mismo domingo 4 de junio, ayer, la conocida escritora Rosa Montero publica en El País Semanal un artículo titulado Consumidores engañados y cautivos, en el que escribe sobre
campañas muy sucias porque se presentan como inocentes resultados de la investigación pura, cuando no son más que publicidad encubierta. Las más repugnantes, porque abusan de la necesidad de la gente, son las promovidas por la industria farmacéutica, un megagigante del poder”.
El artículo sirve para llamar la atención sobre la “caza de brujas” que ha emprendido Organización Médica Colegial (OMC), que reúne a los colegios de médicos de toda España, con su Observatorio contra la pseudociencias, pseudoterapias, intrusismo y sectas sanitarias (tema sobre el que he escrito en algunos post como Una publicación de mi blog en la lista de páginas “a cerrar” por los colegios de médicos).
Escribe Montero:
no soporto que estos laboratorios, que dedican el 90% de su presupuesto a enfermedades que sólo padece el 10% de la población mundial; que inventan dolencias para medicalizar a la gente (convertir a los tímidos en fóbicos sociales); que crean alarma para forrarse (el Tamiflu y la gripe A); que tienen más beneficios que los bancos; que ponen precios salvajes a los fármacos (el tratamiento contra la hepatitis C); que dicen que esos precios son para costear la investigación, cuando Gobiernos y consumidores les pagamos el 84% de la misma y los laboratorios dedican el 13% de su presupuesto a investigar y un 30%-35% a marketing (fuente: Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública/nuevatribuna.es)… Que esa gente se erija en adalid de la pureza científica, en fin, no es de recibo”.
Big PharmaEn un tercer texto, publicado un día antes que los otros dos citados, también en El País, uno de los periodistas especializado en temas científicos, Javier Sampedro, escribe un laudatorio La cara luminosa de la ‘Big Pharma’.
En su texto alaba a los miles de buenos científicos que dedican su vida a investigar para las grandes firmas farmacéuticas”.
Estoy de acuerdo en que hay muchos y muy buenos profesionales en esas industrias, seguramente muchos de los mejores pues hay dinero para pagarlo.
El problema es que por lo general hoy, las grandes compañías que tienen capacidad para investigar, para hacer ciencia, están usando esta como mero marketing de sus productos. Corrompen la Ciencia. Con el concepto cooptado de Medicina Basada en la Evidencia justifican todo lo que Montero y Fernández, por ejemplo, cuentan. ¿Qué evidencia? La que fabrican esas industrias.

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