Ya
pero cuando alguien está acostumbrado a vivir en el dolor, el dolor
parece lo más normal. Porque mucha gente se preguntará: ¿Soy yo capaz de
superar el dolor, soy yo capaz de amar?
Y yo me pregunto si no
habrá alguien que diga: “Mira: todo este sufrimiento que he vivido no lo
quiero más. Ni para mí ni para los demás. Ya he aprendido algo de la
vida. Todo aquello que a mí me hicieron y que me hizo sufrir voy a
evitar hacérselo a los demás. Todo el amor que necesité de mis padres y
que no me dieron se lo voy a dar yo a mis hijos, a mis allegados, a todo
el que se presente en mi vida”. Y sólo con la voluntad de cambiar y con
la fuerza del sentimiento, la vida de uno dará un vuelco, y se romperán
los lazos del odio. Y la tuerca que estaba apretada comenzará a
aflojarse, y desandará una y otra vuelta del tornillo del desamor hasta
que al final se libere totalmente. Y si todos los que viven en el dolor y
el desamor tomaran una decisión semejante, el mundo cambiaría en una
generación.
La generación de los niños que fueron queridos por
sus padres, la de los niños que no se pusieron corazas para evitar que
les hicieran daño, la de los niños que no tienen miedo a amar, porque
fueron criados en el amor.
Como ya he dicho, la capacidad de amar
es una cualidad innata del espíritu. Por lo tanto, todos la tenemos.
Sólo necesitamos descubrirla y desarrollarla. Confiad en que esto es así
y será. Y como ya dije, no sólo se trata de amar a los demás: hay que
empezar por amarse uno mismo.
Pero, ¿qué es amarse a uno mismo?
Ya
lo he dicho. Amarse a uno mismo es reconocer las necesidades afectivas
propias, los sentimientos, y desarrollarlos para que sean el motor de
nuestra vida.
¿Entonces es bueno quererse a uno mismo?
Por
supuesto que sí. La autoestima es necesaria para ser feliz. Nuevamente
lo repito: a lo que uno tiene que renunciar es al egoísmo, no al amor.
Si uno no se quiere a sí mismo, ¿de dónde sacará la fuerza y la voluntad
necesarias para amar a los demás?. Vivir sin sentir es casi como estar
muerto. Por ello muchas de las personas que viven sin sentir desean
morir, porque albergan la falsa esperanza de que al morir se acabará su
suplicio y así ellas mismas inician el proceso de autodestrucción de su
cuerpo que llamáis enfermedad. Muchas enfermedades provienen de que la
persona es incapaz de amarse a sí misma. Son aquellas personas con un
nivel de autoestima muy bajo las más propensas a tener enfermedades del
sistema inmunitario, como leucemias, linfomas y enfermedades
autoinmunes.
Estas últimas, las enfermedades autoinmunes, tienen
que ver además con un sentimiento de culpa muy arraigado. Estas
personas están tan deprimidas que difícilmente podrán darse a los demás.
Primero tendrán que resolver su falta de autoestima.
Entonces, ¿cuáles son los pasos a seguir para amarse uno mismo?
Primero,
reconoced las necesidades afectivas propias, los sentimientos, y
permitid que afloren para que toméis conciencia de que existen. Es
decir, dejad de reprimirlos y pasad a desarrollarlos, para que sean el
motivo de vuestra vida. Segundo, a la hora de actuar, hacedlo por lo que
sintáis y no por lo que penséis, no por lo que os han enseñado que es
correcto, si esto va en contra de lo que sentís. No permitáis que
vuestros pensamientos, que están condicionados por multitud de razones,
ahoguen vuestros sentimientos.
Mucha gente se preguntará si merece la pena dar ese paso.
Os
aseguro que merece la pena, porque a medida que actuéis conforme a
vuestros sentimientos comenzareis a experimentar un poco de lo que es la
auténtica felicidad, la felicidad del interior, que sólo da el amor.
También así evolucionaréis espiritualmente. Jamás renunciéis a vuestros
sentimientos, porque es lo único por lo que merece la pena luchar y
vivir. El principio es lo que más cuesta, porque la tuerca puede estar
muy apretada. Habrá que poner mucha fuerza de voluntad, hasta que la
tuerca empiece a ceder. Pero luego el camino se suavizará y los
sentimientos que vayáis experimentando llenarán vuestro interior (¡¡de
amor, sí!!) como jamás habíais sentido antes, y esto os dará fuerzas
para continuar.
¿Y qué hay que hacer para amar a los demás?
Intentad
ver a los demás como a vosotros mismos. Sed conscientes de que son
hermanos, de la misma esencia y con las mismas necesidades del interior
que vosotros. Todos tenemos las mismas capacidades y todos necesitamos
amar y ser amados en completa libertad para ser felices. Si yo tengo sed
después de estar caminando un buen trecho bajo un sol de justicia sin
haber podido beber, ¿no ha de ocurrir que cualquiera en esas mismas
circunstancias sentirá más o menos el mismo deseo de beber que yo? Pues
con el amor ocurre lo mismo que con el agua. Todos sufrimos cuando se
nos priva del amor y todos nos reconfortamos cuando se nos da. Por lo
tanto, si observamos a alguien que está sediento de sentimiento, vayamos
a darle de beber amor, al igual que cuando nosotros estuvimos sedientos
de amor, hubo otros que nos dieron de beber.
Pero, ¿y si a pesar de nuestra buena intención hacia los demás recibimos ingratitud, desprecio o burla a cambio?
Cuando
alguien os haga daño comprended que es por falta de evolución en el
amor y que esta circunstancia la hemos de aprovechar para mejorarnos a
nosotros mismos, porque seguramente si despierta algo negativo en
nosotros es porque ese algo negativo todavía está en nuestro interior y
debemos trabajar para eliminarlo. Como ya he dicho, hasta que el amor no
se dé de forma incondicional, no podemos considerar el trabajo
concluido, y el que encaja mal la ingratitud todavía no ha llegado a la
meta, ya que en cierta forma todavía espera algo a cambio de lo que da.
Y
alguien dirá, “¡Buf! Qué difícil es eso, porque si yo decido cambiar
pero los demás van a seguir igual, ¡cuántos golpes voy a recibir! No sé
si merece la pena”.
Y yo pregunto ¿no es mejor que a uno le
intenten dar golpes que uno pueda intentar esquivar, a que los golpes se
los dé uno mismo? Porque la gente que vive en el desamor es la que se
está golpeando a sí misma y la que impide que nadie se acerque para
quererla.
Lo que dices tiene sentido. Sin embargo me siguen surgiendo dudas.
Exponlas libremente.
Antes
has remarcado la importancia de no reprimir los sentimientos, de que
hay que expresarlos. Pero por otro lado hablas de la importancia de
tener en cuenta las necesidades afectivas y los sentimientos de los
demás. Y aquí va la pregunta: ¿No ocurre que hay sentimientos negativos
como el odio, la rabia, la ira o el rencor que si los exteriorizamos
pueden dañar a los demás? ¿Cómo se pueden exteriorizar los sentimientos
sin hacer daño a los demás al mismo tiempo? ¿No son ambas acciones
contradictorias entre sí?
Conforme tú lo has enfocado resulta una
contradicción. De nuevo es necesario que aclaremos los conceptos para
no generar confusión por un problema de insuficiencia del lenguaje, que
utiliza la misma palabra, la de sentimiento, para definir cosas que son
totalmente opuestas. Cuando yo antes hablaba de que hay que dejarse
llevar por los sentimientos, me refería a los sentimientos que nacen del
amor, que para distinguirlos habría que llamarlos amosentimientos, que
siempre son positivos, claro. Los que nacen del egoísmo, o de la lucha
entre el amor y el egoísmo, aquellos que hemos llamado sentimientos
negativos o egosentimientos son otra cosa, por lo que hay que tratarlos
de forma diferente (hablaremos de ello más adelante). Ciertamente, hay
que evitar dejarse llevar por ellos porque podemos hacer mucho daño a
los demás. En cualquier caso, el reprimirlos no conduce a nada. Sólo a
que nos hagan daño por dentro.
¿Podrías mencionar alguno de esos egosentimientos?
Algunos
ya los hemos mencionado cuando hemos hablado sobre la vanidad, el
orgullo y la soberbia, porque son manifestaciones del egoísmo. Pero
ahora los trataremos con mayor profundidad, sobre todo los que son más
complejos y confusos de comprender, como el apego.
Estos son los más importantes:
a) Avaricia, codicia, lascivia, odio, agresividad, envidia.
b) Apego, absorbencia, celos, ira, rencor, impotencia, lujuria, culpabilidad, miedo, tristeza.
Todo esto me recuerda a los siete pecados capitales, ¿tiene algo que ver?
No
son pecados, sino manifestaciones del egoísmo, aunque cierto es que si
uno se deja arrastrar por ellos puede llegar a cometer gran cantidad de
actos contra la ley del amor, y la del libre albedrío, que tendrá que
reparar.
¿Por qué los distingues en dos grupos?
Los
primeros son manifestaciones del egoísmo más primitivas. En los
segundos, aunque son también manifestaciones del egoísmo, hay un
componente adicional, y es que ya hay implícito un conocimiento mayor de
lo que son los sentimientos.
¿Podrías definir en qué consiste cada uno de esos egosentimientos para que me haga una idea más exacta?
Sí.
Empecemos por la avaricia y el apego. Los analizaremos de forma
conjunta porque, como veremos, el apego es una derivación avanzada de la
avaricia.
Avaricia - Apego
La avaricia es el afán
excesivo de acumular bienes materiales. La persona avariciosa es aquella
que tiene mucho para dar, materialmente hablando, pero se niega a
compartir lo que considera suyo con los demás. Cuando el espíritu avanza
en el conocimiento de los sentimientos pero mantiene su incapacidad
para compartir, la avaricia material se transforma en avaricia
espiritual. La avaricia espiritual es el apego, o dificultad para
compartir el cariño de las personas que son consideradas incorrectamente
como propiedad de uno, por ejemplo, los hijos, la pareja, etc. El que
sufre de apego sólo quiere querer a unos pocos y suele exigir que los
demás hagan lo mismo. Hay mucha gente que equivocadamente cree que ama, y
dice que sufre mucho porque ama mucho, cuando en realidad lo que le
ocurre es que sufre de apego y por apego. Sólo cuando el espíritu avanza
comienza a reconocer la diferencia entre amor y apego.
¿Puedes explicar la diferencia entre amor y apego?
Sí.
Cuando uno ama procura respetar el libre albedrío de la persona querida
y el suyo propio. Intenta hacer lo posible para que la persona querida
sea libre y feliz, aunque ello implique renunciar a estar con esa
persona. En el caso del apego, la persona que lo padece está pensando
más en satisfacer su propio egoísmo que en el bienestar de la persona
querida. Por ello tiene tendencia a vulnerar el libre albedrío de la
persona a la que supuestamente quiere, reteniéndola a su lado en contra
de su voluntad o coaccionándola para que haga lo que uno quiere,
obstaculizando al máximo las relaciones con otros seres, a los que
considera su “competencia”. Aquel que ama de verdad no es posesivo con
la persona amada, ni se molesta porque la persona amada quiera también a
otras personas. Puede que el apego se agote, pero el amor verdadero, el
amor auténtico, no se gasta. Por querer cada vez a más personas no
significa que se quiera menos al resto. Pero el apego nos hace creer que
sí. Que lo que se le da a los demás se nos quita a nosotros. El que
siente apego exige, obliga y fuerza los sentimientos. Siempre espera
algo a cambio de lo que hace. Está muy pendiente de exigir, de recibir y
sólo da por interés, a condición de que se le dé primero lo que ha
pedido. También por apego uno puede vulnerar su propio libre albedrío y
obligarse a hacer cosas que no siente. El que siente auténtico amor da
incondicionalmente y deja libertad a los sentimientos. No obliga, ni
fuerza, ni exige nada a cambio de la persona a la que ama.
Me vendría bien algún ejemplo que me aclarara las diferencias.
Vale. Imagina que dos personas que dicen amar a los pájaros, se encuentran.
La
primera los tiene alojados en bellas jaulas doradas, en una habitación
climatizada. Les da pienso de alta calidad y agua de manantial
embotellada, y los lleva al veterinario periódicamente. La segunda
simplemente les lleva comida al parque, los acaricia cuando se posan y
les atiende cuando están heridos y no pueden volar.
La primera
persona dice: ¡Cuánto quiero a mis pájaros! Me gasto una fortuna en
ellos para que tengan todas las comodidades que no tendrían si vivieran
salvajes! ¡Pero me duran tan poco! Siempre están enfermos y por mucho
que me gasto en medicamentos y en veterinarios se mueren prematuramente.
¡Cuánto me hacen sufrir! ¿Qué puedo hacer?
La segunda persona
dice: Los pájaros que yo cuido no me pertenecen. No están encerrados en
jaulas, sino que viven en libertad. Soy feliz porque sé que ellos no
están conmigo obligados por los barrotes de una jaula, sino porque lo
han elegido libremente. Soy feliz porque los veo vivir conforme ellos
quieren, volando en libertad. Sus pájaros, amigo mío, se mueren de pena,
porque no son libres. Abra sus jaulas para que puedan volar en libertad
y vivirán porque serán libres, porque serán felices.
El primero responde: ¡Es que si les abro la jaula se escaparán y ya no los volveré a ver!
El
segundo responde: Si se escapan es porque han estado retenidos en
contra de su voluntad y se alejan de lo que para ellos es una vida de
esclavitud. Mis pájaros no huyen de mí, porque saben que son libres de
ir y venir cuando les plazca. Al contrario, cuando me ven llegar al
parque acuden inmediatamente, me rodean y se posan sobre mí.
El primero dice: Lo que usted tiene es lo que yo deseo. Que mis pájaros me quieran.
El
segundo dice: Lo que usted quiere jamás lo obtendrá por la fuerza. Les
ha colmado de comodidades para intentar compensarles de la carencia de
lo que más ansían: volar en libertad. Si realmente les quiere, deje que
vivan su vida en libertad.
¿Quién es el que ama y quién es el que siente apego?
Siente apego el que quiere al pájaro enjaulado. Siente amor el que quiere al pájaro libre.
¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el libre albedrío de otra persona a través del apego?
Sí.
Hay apego en la madre que retiene a los hijos a su lado cuando éstos ya
son mayores y quieren independizarse por diferentes motivos, bien
porque han encontrado una pareja, o porque desean estudiar o trabajar
lejos del hogar, etcétera. La madre que tiene apego intentará imponer su
necesidad de estar con ellos, no respetando que ellos quieran vivir su
vida de forma independiente y, de no conseguirlo, se sentirá
emocionalmente herida y llegará a decir incluso que sus hijos no la
quieren, intentando hacerlos sentir culpables para tratar de retenerlos a
su lado. Hay apego en el padre que exige que sus hijos se dediquen a
tal o cual profesión, que deben estudiar tal o cual carrera, si no,
serán desheredados. Hay apego en el novio que le dice a su novia la ropa
que puede y no puede ponerse, a qué hora debe entrar y salir de casa,
con quién puede y no puede relacionarse.
Este falso amor, el
apego, es como una cadena, una jaula que aprisiona al ser objeto del
apego, convirtiendo en carcelero al que se deja llevar por él, porque,
como la persona que tenía enjaulados a los pájaros, el que sufre de
apego, ni vive ni deja vivir.
Me ha parecido lógico que
dijeras que por apego uno vulnera el libre albedrío de los demás, pero
me ha sorprendido que dijeras que por el apego uno puede vulnerar su
propio libre albedrío. ¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el
propio libre albedrío cuando se siente apego?
Pues sí. Por
ejemplo, la misma madre del ejemplo anterior, cuando se inhibe de
realizar algo que su interior necesita, como por ejemplo, dedicar tiempo
a ayudar a otras personas fuera de la familia, debido a que cree que al
hacerlo desatiende a la suya propia, por ejemplo, a sus hijos, o a su
marido. Si la persona no supera el apego se sentirá culpable cuando
atienda los asuntos que le llenan interiormente, e incluso llegará a
inhibirse de realizarlos por ese mismo sentimiento de culpabilidad.
Esta
última manifestación de apego sí que me resulta sorprendente, ya que
normalmente las personas que están muy volcadas en la familia suelen ser
consideradas personas muy amorosas.
Ya. Es porque el apego está
muy arraigado dentro de vuestra cultura y se confunde a menudo con el
amor. Mucha gente, debido a la educación que ha recibido, lo tiene tan
arraigado que lo ha interiorizarlo como algo propio de su personalidad. A
la mujer se le hace sentir culpable cuando no está el 100% del tiempo
dedicada a su marido, a sus hijos o al trabajo, y cuando dedica tiempo a
personas fuera de su familia se expone a ser objeto de habladurías por
parte incluso de personas de su propia familia que dicen mirar por su
bien, que intentarán hacerle sentir culpable con comentarios del tipo
“Quieres más a esa gente que a los de tu propia familia”, o “¿Qué se te
ha perdido a ti por ahí? Tu sitio está aquí, con los tuyos”, o “¡Qué van
a pensar de ti!”.
Aunque el hombre ha dispuesto
tradicionalmente de mayor libertad, no está exento ni de sentir el
apego, ni de que los demás le culpabilicen por apego, cuando dedica
tiempo a ayudar a otras personas que no son de su familia, de su círculo
de amistades, de su pueblo o cultura, sobretodo si de ello no va a
sacar ningún rendimiento económico.
Pero digo yo que, cuando uno se está dedicando a la familia, también habrá algo de amor ahí, ¿no?
Por
supuesto. Una cosa no quita a la otra. Ya lo he dicho y lo repito: el
amor verdadero no se gasta. Uno puede querer cada vez a más personas sin
que por ello deje de querer a su familia. Pero a mayor capacidad de
amar, mayor compromiso con un mayor número de personas, y el tiempo del
que se dispone habrá que repartirlo entre más gente. Esto puede ser
percibido por las personas que sufren de apego como que se les quiere
menos, pero no es así.
¿Qué pasa con la familia cuando uno
decide dar el cambio? ¿Acaso no desatiende a los suyos cuando empieza a
pasar tiempo ayudando a los demás?
Mira, uno de los obstáculos
más fuertes que va a tener alguien que quiere empezar a cambiar, a
reunirse con otras personas para hablar del interior, es que su entorno
no lo va a entender y van a jugar con el sentimiento de culpa por no
atender las obligaciones familiares. Fijaos y veréis que cuando una
persona quiere ir a ver un partido de fútbol a la semana, que dura dos
horas, que encima cuesta dinero, o bien a una discoteca o un bar, la
persona no siente que abandona a la familia. Sin embargo, si la misma
persona se va a hablar dos horas a la semana sobre el interior, para
ayudarse sí misma o a los demás, entonces le ponen mil y una pegas, y
uno se siente culpable, creyendo que abandona a la familia. Esto es por
culpa del apego, es decir, de la dificultad en compartir. El apego no es
amor y, si no vencéis este obstáculo, os quedaréis estancados.
¿Entonces la familia puede ser un obstáculo para el avance espiritual?
No.
Lo que es un obstáculo es la incomprensión de los espíritus que no
quieren avanzar ni dejan avanzar a los demás, y que utilizan todas las
armas a su alcance para conseguirlo, y para retener a los que quieren
avanzar, incluso a quienes les unen los lazos de sangre, como la
familia. Para el que vive en una familia comprensiva, la familia es un
punto de apoyo para desarrollarse espiritualmente. Pero debido al escaso
desarrollo de la humanidad terrestre, los que están dispuestos a
emprender el despertar espiritual son minoría. Además, es muy difícil
que, aunque en una misma familia haya varios espíritus afines dispuestos
a luchar por avanzar espiritualmente, su despertar se dé
simultáneamente. Por tanto, el pionero lo tendrá más difícil, pero es el
que abrirá el camino a los demás.
El propio Jesús tuvo que
vencer este mismo problema, la incomprensión de su familia por apego. Le
reprochaban constantemente que desatendía sus obligaciones familiares
para atender sus asuntos espirituales, porque no lo comprendían. Le
tachaban incluso de desequilibrado y le intentaron hacer sentir
culpable, y más cuando José murió y él se tuvo que hacer cargo de la
manutención de una numerosa prole. Pero no fue verdad, porque Jesús
procuró materialmente por su madre y hermanos hasta que ellos pudieron
valerse por sí mismos. Pero su misión era más extensa, con toda la
familia humana. Esta falta de comprensión de la familia que vivió Jesús
está reflejada en esta cita de los evangelios. “Entonces él (Jesús)
dijo: "A un profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio
pueblo y en su propia familia”.
¿Pero es necesario renunciar a la familia para amar incondicionalmente?
¿Cómo
puedes creer que el mundo espiritual exija a uno a renunciar a la
familia, si precisamente es en el mundo espiritual donde se creó la
familia como forma de estimular en el espíritu los primeros
sentimientos? El amor de pareja y el amor entre padres e hijos son los
primeros sentimientos que conoce el espíritu, y se desarrollan a partir
del instinto de apareamiento y el de protección de los progenitores por
sus cachorros. Lo único que os digo es que para avanzar en el amor hay
que abrirse a compartir, a ampliar el concepto de familia, considerando
como parte de ella a todo ser espiritual. Mirad: es imposible que haya
una auténtica hermandad en la humanidad si uno establece categorías a la
hora de amar: los de mi familia primero, los de mi pueblo primero, los
de mi país primero, los de mi raza, cultura y religión primero. Y si me
sobra algo, para los demás.
Esto es una forma de egoísmo
disfrazada, porque lo que se da es siempre a cambio de recibir algo, no
de dar sin esperar nada a cambio. Por ello, a la hora de dar se
establece un escalafón, que pone primero a los que nos pueden dar más,
segundo a los que nos pueden dar menos y deja fuera a los que no nos
pueden dar nada. Este comportamiento egoísta vulnera la ley del amor,
por mucho que haya cierta gente que intente justificar la solidaridad
sólo para abonados. En el momento en que tú excluyes a alguien del
derecho a la solidaridad, esta palabra deja de tener sentido. Un ejemplo
de hasta dónde se puede llegar con este tipo de egoísmo colectivo lo
tenéis en el nazismo, que predicaba una supuesta solidaridad de raza,
que se forjó a costa de suprimir y eliminar los derechos de las demás
razas y creencias, y el libre albedrío de cada individuo.
LAS LEYES ESPIRITUALES
Vicent Guillem
http://lasleyesespirituales.blogspot.com