Aleksandra Mir, The Seduction Of Galileo Galilei 2011 |
Desde la infancia, con la fórmula “aprender jugando” que los
pedagogos impusieron, convirtieron a la comida en juguete y ahora derivó en
obesidad infantil, la comida basura se vende como recompensa y diversión, el cinismo
es que Bimbo tenga un Museo del Niño al que deberían llamar museo de la
promoción de la diabetes infantil.
Tom Friedman, Big Big Mac, 2013, styrofoam and paint 2 |
Florentijn Hofman’s Giant “Rubber Duck” |
La diferencia entre la capacidad lúdica y la adicción a la
banalización es que una es creativa y la otra es destructiva, una crece la otra
reduce a nada, despoja a algo de su valor para poder vejarlo, la vida de un
animal no merece respeto porque se “divierten” maltratándolo. En Estados Unidos
y en Europa, no dudo que en México también, la gente está enviando al refugio
de animales a los gatos color negro porque no salen bien en el selfie y
abandonan a los perros para no cuidarlos, los animales son juguetes, y si dejan
de entretener se desechan. El fenómeno está en que la adicción a esta sensación implica
superioridad, el que agrede, se burla o daña tiene autoridad sobre el otro, que
es vulnerable, es un disfraz de la egolatría. La sensación a la que se
enganchan es a esa superioridad, les da el gran poder de someter a otro, de
despojarlo de su dignidad. El ego que pide esto cada vez quiere más porque es
insaciable, y es cuando la sociedad se escandaliza y se pregunta cómo llegó a
esa degradación, pues con el camino más fácil, sin poner límites, dejando que el
niño juegue a maltratar un animal, a un compañero de la escuela, hasta que
tenga 20 años y juegue con una pistola.
Esas diversiones son evasiones de nosotros mismos, del vació
de la existencia, y creemos que así adquiere sentido. Diversiones que degradan
a la persona convirtiéndola en un paria de sí mismo.
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