http://semillassolares.blogspot.com.es
Nació en Chile, es
el creador del método del Eneagrama y escritor. Integra la
psicoterapia con las tradiciones espirituales.
"Lo complicado
es armonizar los tres cerebros y que no se produzca tiranía por
ninguna de las partes"
¿Cómo
armonizarlas?
Haciendo nada.
¡No me fastidie!
Debe haber un abrazo
entre esas tres partes interiores, y una de las posibilidades para
conseguirlo es a través del factor espiritual, de la entrega, de la
renuncia a esa necesidad de ser alguien...¿Entiende?
Más o menos.
Hay que hacerse a un
lado, abrir espacio en uno mismo.
Está pidiendo
demasiado.
Lo sé, no es nada
fácil. Debería crearse un nuevo modelo educativo. La educación no
educa. La educación es un malentendido.
Cuando se dice que
educar es enseñar a leer y a escribir se están confundiendo los
medios con el fin. El fin debería ser el desarrollo de las personas
y de su mente.
¿Cómo hacerlo?
Hay que cultivar la
sed que aparece en todos los adolescentes. Es una sed de
trascendencia, de entender el universo y la propia vida, ¿no la ha
sentido?
Sí.
En nuestra cultura
no hay verdaderas respuestas, están todas acartonadas. La cultura no
apoya esa inquietud. La insatisfacción es leída como una desventaja
en lugar de honrarse como esa búsqueda de la verdad que es parte del
ser humano.
¿Propone alimentar
las dudas?
Propongo no dar
respuestas hechas. No hay que vender certezas, ni dogmas. Hay que
despertar al buscador interior. Lo importante es el camino, el
proceso.
¿La vida es una
búsqueda o un encuentro?
Para mí fue una
búsqueda sedienta en demasía. No me satisfizo el conocimiento, ni
la vida familiar, ni tampoco el amor. Me topé con una persona que me
influyó muchísimo, un escultor, Tótila Albert, al que le debo la
idea inspiradora de mi trabajo sobre la trinidad interior.
¿Qué le dio?
Era un maestro de
amor. Pero no en el sentido convencional. Ese amor estaba, por
ejemplo, en la forma en que limpiaba los discos antes de ponerlos, la
forma cuidadosa con que hacía las cosas en cada momento. Tenía
calidad de ser y aprendí a reconocerla. Más que un aprendizaje, lo
que le debo es una bendición. Es a través de comprensiones muy
sutiles como nos construimos.
¿Ha dejado de
buscar?
Sí, me dejo fluir.
He tenido maestros de todas las tradiciones orientales fundamentales,
y lo que me han transmitido es el sabor de una verdad que no tiene
que ver con el intelecto ni con la emoción.
Si le tuviera que
poner un nombre, sería el sabor de la nada. Cuando uno se vacía, le
llegan todas las riquezas. En realidad, si tengo algún secreto, es
simplemente el de confiar más en la vida.
¿Y qué le abrió
el corazón?
La muerte de mi
único hijo a los 11 años. Lloré sin parar durante dos meses. Era
una experiencia de intenso amor un poco retardado: la tragedia de no
haber estado por él mientras lo tuve.
Somos muy torpes.
Ese llanto paró
súbitamente un día en que hice una clara reflexión: "¿Estoy
llorando por él?". Tenía claro que no, porque sentía que él
estaba mejor que yo. "¿Estoy llorando por mí, por haberme
quedado solo?"... Si era sincero sabía que no, porque había
pasado largas temporadas sin verle.
Entonces, ¿por qué
lloraba?
Me di cuenta de que
no había razón para llorar y empecé a sentir una presencia suya
mayor que cuando estaba vivo. La felicidad sólo depende de un estado
interior.
¿Cómo se cultiva?
No identificándose
ni con los pensamientos ni con las emociones. Idealizamos las
pasiones: el orgullo, el amor.
Queremos ser héroes,
victoriosos o vencidos, somos muy vanidosos. Las pasiones son
intrínsecamente egoístas y productoras de infelicidad.
Hay que poner en paz
a los animales que nos habitan.
¡Hay que dejarse en
paz!
La Contra.
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