Por Ananda Sananda
A
menudo solemos pensar que lo que nos sucede no tiene nada que ver con
nosotros, que los acontecimientos externos son los responsables de
nuestras emociones e incluso de nuestras desgracias. Hemos aprendido que
venimos a sufrir, que tenemos que esforzarnos por conseguir las cosas
que necesitamos para cubrir necesidades básicas, como el alimento o el
cobijo.
De pequeños nos enseñan que debemos portarnos bien para agradar a los adultos, para ser “un niño bueno”, porque si no nos castigan; y nos premian cuando hacemos lo que se espera de nosotros. Crece así en nuestro interior la creencia de que el amor es condicionado. Tenemos que agradar al otro para que nos quiera. No somos lo suficientemente buenos si nos dejamos llevar por lo que sentimos o decimos lo que pensamos, siendo nosotros mismos.
De pequeños nos enseñan que debemos portarnos bien para agradar a los adultos, para ser “un niño bueno”, porque si no nos castigan; y nos premian cuando hacemos lo que se espera de nosotros. Crece así en nuestro interior la creencia de que el amor es condicionado. Tenemos que agradar al otro para que nos quiera. No somos lo suficientemente buenos si nos dejamos llevar por lo que sentimos o decimos lo que pensamos, siendo nosotros mismos.
Acostumbrados a ocultar la verdadera
personalidad nos resulta fácil amoldarnos a los deseos del otro cuando
iniciamos una relación romántica. Pero la verdadera personalidad, la
verdad de cada uno, continúa latente en el interior y se expresa,
reclama su lugar, protesta. Es así como se inicia la lucha interior
entre lo que soy y lo que creo que debo ser para ganarme el amor del
otro.
Las falsas creencias dominan nuestra mente y nos llevan a pensar en cosas como:
Si me quisieras harías eso por mí.
No soy lo suficientemente bueno para ella.
No puedo decirle lo que de verdad pienso, porque se enfadará.
Esas afirmaciones repetidas a menudo activan, sin que nos demos cuenta, la Ley de la Atracción en nuestra contra.
Según la Ley de la Atracción todo lo que
vibra en frecuencias semejantes es atraído lo uno hacia lo otro de
manera irremediable. Pues bien, los pensamientos son energía. Las
emociones, también. Ambos emiten frecuencias que pueden ser de alta o de
baja vibración en función de su talante.
Vibra bajo todo lo que se basa en el
miedo, la tristeza, la rabia, la culpa o la duda. Vibra alto lo que
surge de la serenidad, el equilibrio interior, la confianza, el amor o
la alegría.
Si constantemente emitimos pensamientos
de desolación estaremos atrayendo a nuestras vidas exactamente eso.
Además, se da la circunstancia de que lo que pensamos genera lo que
sentimos y esto, a su vez, lo retroalimenta, con lo que nos encontramos
atrapados en un círculo vicioso de bajas vibraciones.
Es lo que sucede con las canciones que,
invariablemente hoy en día, suenan por todas partes. Radio, Televisión,
Internet, altavoces de centros comerciales, películas de cine, entre
otros, emiten sin cesar mensajes musicales que nosotros, llevados por el
amor a la música, acabamos cantando repetidas veces.
No puedo vivir sin ti.
Me muero por tus besos.
Mi vida se ha acabado.
Sin ti no soy nada.
Son ejemplos de las palabras que pronunciamos a menudo sin ser conscientes del efecto que generan en nuestra energía.
La palabra es un gran instrumento
creador, al igual que lo son los pensamientos y los actos, porque
también es energía. Y, al ser pronunciada, crea doblemente.
Cuando pronunciamos una palabra la
estamos pensando, con lo que ponemos en acción, al unísono, dos de
nuestras tres fuerzas creadoras. La emoción no tardará en acompañarlas.
Pronto sentiremos en el pecho, en el estómago o en cualquier otra parte
de nuestro organismo los efectos de lo que estamos afirmando.
Cuanto más canto que mi vida ya no tiene
sentido, que me falta el aire si no te veo o que no soy capaz de
superarlo, más triste e inútil me siento. Me vuelvo pequeño, el
abatimiento se apodera de mí, se me agotan las fuerzas; y lo único que
quiero es echarme a llorar o esconderme del mundo.
¿Y qué me devuelve el mundo en esas ocasiones? Más experiencias de desolación, porque eso es lo que activo con mis vibraciones. Lo que emito lo atraigo hacia mí irremediablemente.
¿Por qué no le damos la vuelta a esta dinámica y empezamos a cantar cosas como me siento vivo, soy capaz o saldré adelante?
¿Qué generaría en nuestro interior empezar a proclamar que creo en mí, que yo puedo y que confío en mí mismo?
¿Cómo afectaría a la vibración de esas palabras el unirlas a la hermosa vibración de la música?
Es cierto que existen músicas que
adormecen y músicas que elevan. Músicas que expanden el ánimo y otras
con las que decae. Somos nosotros quienes debemos decidir cuáles de
ellas escuchamos, permitiendo que sus frecuencias sutiles nos influyan.
Somos perfectamente capaces de diferenciar el efecto que nos causan si
prestamos atención a lo que sentimos al oírlas.
Podemos elegir qué escuchar. Podemos
decidir que ya no cantaremos más afirmaciones que nos hacen daño. Porque
daño es lo que algunas canciones causan en nuestra mente, en nuestras
emociones y en nuestra energía, convirtiéndonos en enemigos de nosotros
mismos.
No puedo ser mi amigo si constantemente
afirmo y canto que no soy capaz de salir adelante sin el otro. Por
supuesto que lo soy. Me tengo a mí mismo.
Tengo mi luz, la sabiduría de mi alma, la
confianza en mí y las fuerzas creadoras que me permitirán atraer a mi
vida todo lo que de verdad necesito, lo que deseo desde el corazón y lo
que, sin duda, merezco.
Puedo crear con el pensamiento, con la
palabra, con los actos. A partir de ellos puedo generar en mí emociones
de alta vibración que llenen mi vida de alegría, paz y amor.
La satisfacción personal que siempre he anhelado se encuentra al alcance de mi mano. La llave está en mi interior.
Para que lo compruebes por ti mismo, desde Ananda Sananda te proponemos hoy un ejercicio. Clica en el reproductor que sigue, cierra los ojos y repite las palabras que oirás a continuación. Feliz viaje hacia tu empoderamiento.
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