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Josep Pámies cultiva plantas y flores para consumo medicinal o culinario. Es autor del libro titulado “Una dulce revolución” y que está abriendo muchas mentes y muchas conciencias.
Parece
mentira, pero detrás de una planta se puede estar fraguando una de las
más potentes revoluciones silenciosas de la humanidad. No sería la
primera vez.
El título “Una dulce revolución” hace referencia a una planta, la Stevia, cuanto más se investiga, más propiedades se le descubren.
En
realidad tiene dos significados. Uno es éste que comentas, las
propiedades de la Stevia. El otro es que hay que cambiar el mundo.
Cuando
una revolución se hace con violencia, esa violencia se te vuelve en
contra como un boomerang. Las dulces revoluciones, o las revoluciones
pacíficas, a largo plazo, son imparables. Puede que a veces tengamos
desesperanza porque no avanzamos más en progresar en algunas ideas, pero
es calando poquito a poco, como lluvia fina, es como estas revoluciones
se van a implantar en nuestra sociedad.
Cuando
es por la fuerza bruta, los contrarios ya tienen un motivo para
atacarte, para desprestigiarte. De esta otra forma no pueden, son ellos
los que van a atacarte a ti. Es el sistema que utilizó Gandhi. En
aquella época, en la India, estaba prohibido hacerte tu propia sal,
había que comprarla al monopolio inglés y Gandhi cogió un cubo de agua
salada, se hizo su propia sal y le costó ocho años de cárcel, pero al
día siguiente había 50.000 hindús que hacían lo mismo y fue inviable la
cárcel para tantas personas.
Así que, con calma, la dulce revolución propone,
en base a las plantas medicinales, hablar de sus propiedades aunque
esté prohibido hablar de ellas, para que la gente pueda entender por qué
una planta está prohibida si se consiguen tantas maravillas de ella,
por qué esa planta que utilizo cada día me evita tener que inyectarme
insulina, por qué esta planta me evita un cáncer o me lo cura, por qué
esta otra me deshace cálculos del riñón y la sanidad pública no me la
recetan.
Si
nosotros, desde nuestra pequeñez, cambiamos ese modelo económico, como
individuos o como asociaciones, eso va a cambiar, paulatinamente, otra
vez. Por eso vale la pena empezar una revolución pacífica empezando por
el consumo de una planta como es la Stevia, en la línea de lo que tanto
tiempo atrás Gandhi propugnó.
A nosotros,
trabajar con la Stevia nos costó muchos expedientes y estuvimos a punto
de que nos embargaran secciones importantes de la empresa. Al final la
Administración se atemorizó y se echó para atrás. Esta desobediencia
nuestra ha hecho que incluso el Carrefour, una de las multinacionales de
la comida basura tenga Stevia en su formato prohibido, es decir en
hojas, vendiéndola. Si las grandes empresas empiezan a hacer lo que
defendemos los ciudadanos de a pie, significa que vamos bien, vamos por
el buen camino.
Hace 15 años me
decidí a cultivar la Stevia, quise comprobar por mi cuenta si era
verdad lo que se decía que podía curar la diabetes o mejorarla muchísimo
cuando ya se tiene que depender de la insulina, si curaba la
hipertensión, si curaba el colesterol, los triglicéridos. Parecía
imposible que una sola planta hiciera tantas cosas.
Empecé a
sembrar, empecé a regalar plantas, para ver si retornaban en forma de
comentarios y retornaron en forma de comentarios maravillosos. Los
medicamentos están hechos para convertir las enfermedades en
enfermedades crónicas. Es evidente que la mayor parte de los
medicamentos salen de las plantas, pero solo sacan aquel principio que
suaviza los síntomas de la enfermedad, pero los otros principios, los
que se utilizarían para eliminar la enfermedad, no nos los aportan a
través de las medicinas tradicionales.
La dulce
revolución propugna esos cambios en nuestra organización, además de
cambios en nuestra dieta y una alimentación limpia de transgénicos, de
productos libres de aditivos químicos, poder reconocer las plantas, como
se reconocían.
Cada
planta tiene sus propiedades, unas son curativas, otras pueden hasta
matarte. Hay otras, como el Aloe Vera, que tienen tantas propiedades que
es imposible enumerarlas todas. ¿Cómo es posible que la Sociedad haya
podido olvidar colectivamente que estas plantas existen y para lo que
sirven?
Lo
curioso es que hay cientos de estudios científicos que avalan aquello
que nuestros abuelos ya nos decían. Las farmacéuticas solo sacan una
parte de los principios activos, no la totalidad, porque si sacan la
totalidad, nos curan. Y si nos curan, no hay negocio.
Ahora
tenemos la suerte de que, con Internet está todo mucho más cerca de lo
que jamás había estado antes. Podemos poner el nombre científico de una
planta y te aparecen cientos de estudios sobre sus principios activos.
En Barbastro
hay una monjita, Sor Josefa, que ha vivido haciendo de misionera durante
más de 40 años. Ella les llevaba cada cierto tiempo una botellita de
Aloe Vera con miel. Esta mezcla cura muchas enfermedades, incluso algún
tipo de cáncer muy especifico. Los presos cuidaban de ella para que no
le pasara nada, incluso le salvaron la vida un par de veces, porque
sufrió atentados de los propios policías que custodiaban la prisión,
porque curaba a presos que ellos querían que murieran. Aquí ahora está
revolucionando Barbastro y alrededores, dando botellitas de Aloe Vera
con miel, y ha conseguido curar hasta algún cáncer. Es impresionante.
¿Cómo se consumen estas plantas medicinales si están prohibidas?
Está prohibido venderlas, no su consumo ni su posesión.
Un
par de infusiones al día son suficientes para diabetes, colesterol,
hipertensión, triglicéridos… Una en ayunas siempre es la más efectiva. Y
si tienes la plantita en casa, pues tres o cuatro hojitas bien
masticadas en ayunas y otras cuatro por la noche cuando vuelves de
trabajar. Te las comes directas de la mata.
Es una forma muy cómoda de hacer la revolución…
¿Quién
se puede oponer a eso? Hemos de volver a comer más sano y más
saludable. En las grandes superficies podemos encontrar alimentos que
nos vienen de todas partes del mundo, pero que tienen que conservarse
durante mucho tiempo, por el transporte y el tiempo de exposición.
Todos
estos alimentos están tratados de alguna manera para conseguir que
duren frescos más tiempo. Algunos de ellos han sido irradiados con una
bomba de cobalto, lo que convierte a esos alimentos, de alimentos
frescos a alimentos muertos, para conseguir que un tomate esté ahí dos
meses y no se pudra. Mirad las etiquetas a ver qué dice, porque aquí no
hay narices de poner “producto irradiado con bomba de cobalto”, ponen “alimento ionizado”.
Cuando pone ionizado es que está desinfectado con bombas de cobalto,
las mismas que nos irradian a nosotros con la radioterapia cuando
tenemos cáncer. Y con eso tratan a muchos alimentos para que no se
pudran y se aguanten sin merma en las estanterías.
Lo
mejor es comer de lo que te da tu huerto, del agricultor que vive al
lado de casa, de la pequeña tienda que te garantice la calidad y el
origen de los alimentos, de las cooperativas que hacen verdaderos
esfuerzos para comercializar el maíz no transgénico…
Cómo me queda el cuerpo después de escucharle. Ahora cualquiera se come un bocadillo de lo que sea…
El pan te lo puedes hacer en casa. Es fabuloso.
Fragmentos del artículo de Jaume G. Castro.
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