Tal vez ha llegado el momento de admitir que somos
demasiados para el planeta y que llevamos demasiado tiempo pensando que
estamos solos, dice esta corriente filosófica del ecologismo profundo
La
verdadera relación tóxica es la que tenemos los seres humanos con la
naturaleza. El deshielo de los polos, la desaparición de muchas
especies, inundaciones, el aceleramiento del cambio climático… no son pocas las alertas pero son muchxs los que todavía no se dan por aludidxs con lo que está pasando. Más
que nunca, el ecologismo se presenta como un pensamiento necesario e
ineludible en nuestra sociedad. Y hay una rama especialmente interesante
que nos viene a decir que no solo tenemos que cambiar nuestro
comportamiento y nuestros intereses, también nos dice que tal vez sea el momento de que seamos muchos menos en el planeta. Es el ecologismo profundo.
No eres tú, somos nosotros
Arne
Naess fue el filósofo más importante de Noruega, un intelectual que
redefinió el ecologismo en la década de 1960 y que apadrinó una
corriente que se conocería y se conoce hoy en día como ecologismo
profundo. El nombre, de por sí, nos lo dice todo. Si queremos salvar el planeta es necesaria un reflexión interna de calado y fondo, y cambios de altura en nuestra forma de entendernos y relacionarnos con nuestro entorno.
Para Naess, son dos los problemas básicos que habría que resolver: el antropocentrismo y el sistema capitalista e industrial.
Antropocentrismo quiere decir situar al ser humano en el centro del
mundo. Es decir: creernos los seres más importantes y actuar como si
nuestra satisfacción estuviese por encima de la de cualquier otra
especie o, incluso, que el planeta. Nuestra cosmovisión es
antropocentrista desde el Renacimiento, cuando superamos el teocentrismo
(dios, en el centro de todo). Pero Naess y el ecologismo profundo
tratan de cambiar esa mentalidad, y dicen que toda vida y toda
existencia, por el hecho mismo de existir, tienen el mismo valor. Y por
ello nuestra vida no tiene más importancia que la de cualquier otra
especie animal o forma de vida que habite la Tierra.
El otro gran problema a resolver es el sistema de producción capitalista
e industrial, que no se detiene y que no deja de ensuciar y de
contaminar el ambiente. Esto nos obligaría a dos cosas. Por un lado, replantearnos la forma de consumo y de producción del sistema actual. Y, por el otro, a entender que no somos los únicos que viven en este planeta.
Diversidad cultural más allá de nuestra especie
En las últimas décadas la multiculturalidad se ha puesto en valor en las sociedades occidentales. Entendemos que la variedad cultural significa también riqueza cultural.
Pero, si te fijas, por difícil que parezca, esta no deja de ser una
visión antropocentrista. ¿Qué pasaría con la riqueza cultural que
aportarían otras especies?
Esta
idea lleva, precisamente, al punto más polémico y llamativo de la
ecología profunda. La idea de que los humanos tenemos que reducir
drásticamente nuestra presencia en este mundo. No solo amoldar nuestras
acciones para que sean menos dañinas, también reducir nuestro número para dejar sitio a que otras formas de vida se desarrollen con suficiente espacio y autonomía. ¿Cómo
se consigue esta reducción? Pues no deja de ser, al final, una utopía.
Las sociedades tendrían que tender hacia eso a través de medidas
políticas y sociales, como por ejemplo el control de la natalidad (que
ya China ha aplicado durante años, por ejemplo), que ha dado lugar a movimientos como el antinatalismo. Para
Naess, uno de los pilares de la lucha ecologista tenga que ser el
planteamiento de una drástica reducción de la especie humana.
En cualquier caso, es innegable que ejercemos un impacto en el medio que nos rodea. Y que ese impacto impide el desarrollo natural de otros posibles ecosistemas o formas y modos de vida. Toda esa riqueza cultural, por tanto, la estamos cortando de raíz, negando su posibilidad. Muchos científicos apuntan
a que la destrucción de la biodiversidad es lo que ha creado las
condiciones para que aparezcan nuevos virus y enfermedades como el
Covid-19 o el Ébola que, en contrapartida, ataca a los humanos. Hacia una nueva auto-realización
Una
de las ideas más interesantes de Naess fue el giro que le dio al
concepto de auto-realización. Generalmente entendemos esa realización
como el hecho de cumplir parte de nuestros deseos o de ejercer nuestra
voluntad en nuestro entorno: lograr lo que te has propuesto, sentirte
bien con tu trabajo, alcanzar las metas que te habías fijado, etc. El
filósofo noruego le da una vuelta, y pasará a definir la auto-realización como un modo de entender el “yo” dentro de un entorno diferente, el entorno global que es el mundo.
Así,
para realizarse debidamente uno tiene que entender el lugar que ocupa.
Una persona se realiza en la medida en la que se entiende, y en la
medida en la que, también, comprende la delicada interrelación que
sostiene con el resto de especies, seres vivos y de ecosistemas con los
que cohabita. Al respetar la biodiversidad y el medio, entonces nos
respetamos a nosotros. Piensa que dependes directamente de las aguas que bebes, de los alimentos que consumes y del aire que respiras.
La relación es muy delicada, y auto-realizarte no significa imponerte
al resto de cosas. Significa integrarte debidamente en ellas.
El
pensamiento de Naess es totalmente actual y necesario. No se trata de
la única rama del ecologismo, puesto que existen otros enfoques de mucho
peso, como puede ser el ecofeminista.
En lo que no podemos negarle la razón al filósofo noruego es en el
hecho de que solo podemos revertir esta situación si nos replanteamos
nuestro lugar en el mundo, y cambiamos nuestra acción en él de una
manera profunda.
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