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El cuerpo es un aliado y es un medio necesario para el crecimiento interior y la vida plena. Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar.
El cuerpo es un aliado y es un medio necesario para el crecimiento interior y la vida plena. Puede entenderse como el templo que acoge las experiencias más intensas y significativas que un ser humano puede alcanzar.
El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida.
Quizá no ha gozado de buena fama y
de una u otra manera, se ha dividido al ser humano entre el Alma
valiosa y la carne débil. El cuerpo no se ha librado de la sospecha de
que traicionaba las elevadas ambiciones del espíritu.
Un aliado del crecimiento interior
Junto a la tendencia milenaria de
separar el cuerpo de aquello más sublime del ser humano, ha existido
siempre la intuición de que en realidad, están unidos o son la misma
cosa.
Es posible aproximarse al cuerpo
aceptando sus profundidades y sus banalidades, sus necesidades y sus
deseos, sus luces y sus sombras.
No es el lugar que encierra el espíritu como si fuera una prisión. Se puede entender más bien, como la forma que toma el espíritu en el modo humano de la existencia.
Siendo así, lo que sucede en el cuerpo, puede ser el origen de
intuiciones sobre el sentido de la vida más significativas que los
razonamientos filosóficos más sofisticados.
El cuerpo y el instinto contribuyen en igualdad de condiciones con el corazón y la mente a la experiencia del Misterio.
El cuerpo es un medio creativo para la transformación espiritual que no se deja dominar por teorías intelectuales o dogmas. A través de él –y no sólo de las palabras, los pensamientos o los comportamientos– se produce la experiencia más profunda de la espiritualidad.
El cuerpo es un medio creativo para la transformación espiritual que no se deja dominar por teorías intelectuales o dogmas. A través de él –y no sólo de las palabras, los pensamientos o los comportamientos– se produce la experiencia más profunda de la espiritualidad.
Más allá de la salud
Considerar el cuerpo como un
templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del
mantenimiento de la salud. Este objetivo tiene algo de egoísta: imponer
la salud al cuerpo significa no respetar su inteligencia, que a menudo
pasa por la enfermedad para recuperar por sí mismo el equilibrio.
Reconocer esa sabiduría es la mejor estrategia para ayudar al cuerpo a
mantenerse en estado de equilibrio o recuperarlo.
En lugar de luchar contra los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad.
Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías
tradicionales lo describen como una combinación de por lo menos tres
niveles distintos: físico, mental y espiritual.
Existen un cuerpo físico u ordinario, un cuerpo sutil y un cuerpo causal.
El cuerpo físico es el tangible, compuesto de carne, huesos, órganos,
células, sangre, saliva y otras sustancias. El sutil es el cuerpo de la
energía vital, llamada chi o prana. El tercer cuerpo es el causal.
Más allá de las descripciones
teóricas que se puedan hacer del cuerpo, lo cierto es que en él todo
esta conectado. Mediante la alimentación, la respiración y la práctica
de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta
convertirlo en un instrumento de conocimiento.
La dignidad del cuerpo físico
Este conocimiento debe
seguramente comenzar por el cuerpo físico. Es la puerta de entrada al
templo, que nos permite sentir el mundo que nos rodea, las rocas, los
árboles, las personas, la música, los olores...
Si fuéramos máquinas dotadas de
sensores, los estímulos que proceden del entorno podrían reducirse a una
serie de datos físicos y químicos, pero somos seres humanos que
traducimos esas impresiones en emociones e ideas. Una caricia será
siempre un regalo y una música alegre nos invitará a bailar. Nada de
esto sería posible sin la magia del cuerpo.
Por la noche, cuando el cuerpo reposa, la energía sutil toma el relevo. En la sala oscura del templo, los sueños traducen
las impresiones del día al lenguaje profundo de la mente, articulado en
torno a deseos, recuerdos de experiencias pasadas e imágenes dotadas de
significados personales.
Pero llega un momento en que el sueño no deja huella. Es el silencio que caracteriza el dominio del cuerpo causal.
Aunque en cada momento podemos
estar con más intensidad en uno de los tres niveles del cuerpo, en cada
instante se entrelazan inevitablemente. Sentimos el viento sobre la
cara, el aroma que transporta nos trae un recuerdo y quizá por una
décima de segundo nos embarga la conciencia de vivir un milagro.
Cuidado día a día
Tratar el propio cuerpo como un
templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a
las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra
exclusivamente en una de ellas.
A lo largo del día y de la
semana, hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en
consonancia con las características personales, a la práctica. La
combinación permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al
correr o ir en bicicleta ya no nos centramos exclusivamente en quemar
calorías o aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la
armonía de los gestos, a la respiración, a las sensaciones que proceden
del cuerpo en cada instante o a los pensamientos y emociones que se
experimentan.
El movimiento es una necesidad
básica para el cuerpo físico y satisfacerla tiene efectos positivos
sobre el estado de ánimo, la claridad mental y el bienestar general. El
entrenamiento de la fuerza y de la resistencia, pone en contacto con la
capacidad para renacer e ir más allá de los límites.
Estas experiencias seguramente
son tan importantes para el ser humano que explican en buena parte la
práctica del deporte de alta competición. Alcanzar la flexibilidad y el
control del cuerpo que exhiben los yoguis expertos, exige un esfuerzo
que va acompañado de conquistas interiores por las que no se reciben
títulos.
Fusión de las energías
Los practicantes de algunas
disciplinas desarrollan habilidades que permiten gestionar adecuadamente
los estados mentales, emocionales y energéticos. Así cultivan la
serenidad y favorecen el crecimiento psicológico o espiritual.
Todas las grandes tradiciones
espirituales aseguran que existe una resonancia entre el cuerpo y el
cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad
creativa de la naturaleza. La mente puede ansiar el conocimiento de las
leyes físicas y químicas, pero el cuerpo ya es el resultado más
perfecto de su aplicación. De alguna manera el objetivo de la mente
debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe.
La experiencia del propio cuerpo como un ente sagrado es
un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su
casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la
Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo.
Porque en el cuerpo y en la Tierra, es donde se nos hace accesible el
Misterio.
Cuando el cuerpo se deja
traspasar por las energías físicas y sutiles, sin bloquearlas, puede
manifestar su propio ritmo, sus gestos, posturas y actitudes naturales.
El trabajo sobre la respiración en actitud meditativa y de forma consciente es seguramente el medio más eficaz para integrar todos los cuerpos.
El trabajo sobre la respiración en actitud meditativa y de forma consciente es seguramente el medio más eficaz para integrar todos los cuerpos.
Fragmentos de la publicación de Manu Corral.
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