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¿Cuándo dejaste de bailar?
¿Cuándo dejaste de cantar?
¿Cuándo dejaste de sentirte interesado por la vida?
¿Cuándo dejaste de sentirte a gusto contigo?
¿Cuándo dejaste de cantar?
¿Cuándo dejaste de sentirte interesado por la vida?
¿Cuándo dejaste de sentirte a gusto contigo?
Quizás parezcan preguntas sencillas pero el ritmo de nuestro cuerpo, las
posturas que adoptamos, nuestra actitud o la capacidad de imaginar
otras realidades, tienen un gran efecto sanador.
A veces, sumidos en el incesante parloteo mental, olvidamos escuchar a nuestro sabio interior. Ese
que late con fuerza de forma natural y espontánea. Sin embargo, pocas
veces le prestamos atención y solo en la quietud del silencio,
alcanzamos a entender lo que nos dice. Es en ese instante, al alinearnos
con su intención, cuando nuestra vida empieza a cambiar y nos
convertimos realmente en creadores.
La magia se reestablece al creer en nuestro potencial y confiar en ese latido de certeza que llevamos dentro. El cuerpo, con su propio lenguaje, puede hablarnos a través de la enfermedad y si lo hace, es para despertarnos y que aprendamos a ser más fuertes que el miedo.
Al confíar en la vida y en su magia, encontramos el motivo de estar
aquí, entendemos que hemos venido a bailar con cada aprendizaje, con
cada una de las adversidades.
Esta es una danza despierta y contagiosa que tenemos que compartir con
cada respiración, vivir cada instante bailando, danzando, porque hemos
venido aquí para ser bailados, bailados por una vida misteriosa y mágica.
Ana Otero.
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