domingo, 18 de octubre de 2015

JUEGOS.

Aleksandra Mir, The Seduction Of Galileo Galilei 2011
 Jugamos a matar, jugamos con armas, con comida, con el dinero, con violencia, con el honor de otras personas, los seres humanos no tenemos límites éticos para lo que llamamos juego y diversiones. La connotación infantil y creativa del juego lo ha convertido en un concepto de apreciación positiva, enmascarando verdaderas perversiones de la conducta. ¿Por qué los seres humanos necesitamos divertirnos cada momento? ¿Por qué es tan urgente que todo se banalice y se reduzca a un juego o un chiste?
Desde la infancia, con la fórmula “aprender jugando” que los pedagogos impusieron, convirtieron a la comida en juguete y ahora derivó en obesidad infantil, la comida basura se vende como recompensa y diversión, el cinismo es que Bimbo tenga un Museo del Niño al que deberían llamar museo de la promoción de la diabetes infantil. 
Tom Friedman, Big Big Mac, 2013, styrofoam and paint 2
 El juego valida actos deplorables, matar animales y tortúralos se hace por diversión, eso arranca la risa o el aplauso. La afición a la violencia y a las armas es porque han dejado su estatus antisocial para ser entretenimiento. En las redes sociales la gente insulta y difama o sube acciones deleznables porque eso es “chistoso”. Esta adicción a la diversión fomenta conductas patológicas, y la raíz está en que nuestro apetito de sensaciones “agradables” es insaciable. Enemigos de la seriedad, confundimos la alegría con la hilaridad, la vida debe ser un perpetuo programa de chistes y pastelazos. Para conseguirlo convertimos lo más grave en divertido y rechazarlo nos estigmatiza “no tienes sentido del humor” “eres un amargado”. Esta patología hace que la gente golpee y ultraje vagabundos, el bullying entre los niños y adolescentes, son crímenes que causan risa, que graban en video para hacer alarde de lo bien que lo pasaron haciéndolo, ni siquiera lo ocultan.
Florentijn Hofman’s Giant “Rubber Duck”
La diferencia entre la capacidad lúdica y la adicción a la banalización es que una es creativa y la otra es destructiva, una crece la otra reduce a nada, despoja a algo de su valor para poder vejarlo, la vida de un animal no merece respeto porque se “divierten” maltratándolo. En Estados Unidos y en Europa, no dudo que en México también, la gente está enviando al refugio de animales a los gatos color negro porque no salen bien en el selfie y abandonan a los perros para no cuidarlos, los animales son juguetes, y si dejan de entretener se desechan. El fenómeno está en que la  adicción a esta sensación implica superioridad, el que agrede, se burla o daña tiene autoridad sobre el otro, que es vulnerable, es un disfraz de la egolatría. La sensación a la que se enganchan es a esa superioridad, les da el gran poder de someter a otro, de despojarlo de su dignidad. El ego que pide esto cada vez quiere más porque es insaciable, y es cuando la sociedad se escandaliza y se pregunta cómo llegó a esa degradación, pues con el camino más fácil, sin poner límites, dejando que el niño juegue a maltratar un animal, a un compañero de la escuela, hasta que tenga 20 años y juegue con una pistola.
Esas diversiones son evasiones de nosotros mismos, del vació de la existencia, y creemos que así adquiere sentido. Diversiones que degradan a la persona convirtiéndola en un paria de sí mismo. 

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