martes, 13 de febrero de 2018

¡Habla intestino, habla, que te escucho!


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220 ILUS RAQUELUno de los mayores deseos cuando comienza un nuevo año, entre la gran mayoría de las personas, es tener salud. Y aunque la salud es el estado natural del cuerpo, solo nosotros somos los responsables de trabajar a favor o en contra de ella.
La alimentación es uno de los grandes medios que disponemos para incidir de forma directa sobre nuestra salud. Por definición, nutrir es proporcionar al organismo las sustancias que necesita para su conservación y crecimiento, porque si no nos nutrimos morimos y si nos nutrimos de forma incorrecta enfermamos. Este vínculo incuestionable entre alimentación y salud no corresponde a un descubrimiento reciente, ya que es a partir de 1960 cuando diversos estudios establecen la correlación directa de ciertas enfermedades con carencias nutricionales en la alimentación de la población. E incluso nos podemos remontar 2.400 años atrás cuando Hipócrates ya establecía la influencia decisiva que ejercía la alimentación en la salud. “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina”, y fue el mismo Hipócrates el que afirmaba que la salud comienza en los intestinos.
Y es que este tubo largo de aprox. 6 metros de longitud (intestino delgado) junto con sus aproximados 1,50 metros finales (intestino grueso); espacio mal oliente, calentito y pegajoso, para muchos, está en el ojo del huracán de la mayoría de los estudios e investigaciones médicas por su implicación directa en la salud.
Aunque hablar del intestino y de sus funciones fisiológicas siempre ha sido diana de chistes, burlas e ironías en una sociedad enferma, que ha reducido el sentido de su existencia a una mera cloaca de residuos tanto físicos como emocionales, ¡resulta irónico que demos tanta importancia a la apariencia de aquello que comemos y no a la de aquello que excretamos!, cuando realmente, este perfecto laboratorio, es el mayor indicador de nuestro estado de salud. Pero este superfluo postureo no es reconocido en muchas culturas y civilizaciones como China, India, zona Ártica, países de cultura árabe donde está bien reconocido el eructo e incluso es sabido que en las islas del pacífico veneran al dios Matshishkapeu “hombre pedo” ya que se considera como una reacción fisiológica y natural del organismo que no tiene que reprimirse. E incluso si retrocedemos en la historia nos encontramos con un edicto llamado “Flatum crepitumque ventris in convivio mettendis” que promulgó el emperador Claudio, que estipulaba como debían los comensales expeler las ventosidades durante las comidas.
Mención aparte merece la sabiduría innata del reino animal, como la cría de Koala que come las heces de su madre para poder digerir las hojas de eucaliptus, las cuales resultan venenosas para las crías sin desarrollar. También lo hacen las crías de elefantes o los conejos, para asegurarse la ingestión de vitamina B; o los cobayas que al comer sus propios excrementos se garantizan el aporte enzimático necesario para poder digerir la comida; o los buitres, quecubren sus patas con sus propias heces para protegerse de los patógenos existentes en sus banquetes. En general, la mayoría de las especies animales comen heces por el aporte nutricional, enzimático y bacteriano que les proporciona.
Y es ahora cuando la ciencia despierta de su largo letargo al reconocer en las heces su poder sanador, poniendo a disposición un banco de heces para aquellas personas que sufren infecciones y desordenes intestinales crónicos. Aunque realmente este método no es nuevo, ya se practicaba en la antigua China para curar diarreas, al igual que hacían los beduinos al comer excrementos de camello para curar la disentería. No obstante, es más sorprende aún un reciente estudio realizado por científicos de la Universidad de Exeter que concluye que “oler gases intestinales de vez en cuando reduciría el riesgo de cáncer, ataques cardiacos, artritis y demencia al ayudar a preservar la mitocondria”.
No creo que se haga necesario recurrir a estos métodos, siempre y cuando mantengamos nuestro intestino en buen estado y una de las mejores maneras que conozco es ingiriendo alimentos fermentados, por su riqueza prebiótica y probiótica que constituyen el alma y motor del intestino.
Es momento de restablecer el vínculo perdido con lo más profundo de nuestras entrañas y reconocer en nuestro intestino una auténtica raíz- madre que nos nutre a nivel físico, emocional y energético. ¡Otorguémosle el puesto de honor que se merece!
El propio Buda decía que “un sabio es aquel cuyo intestino funciona bien”.
¡Gracias intestino, gracias!

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